La
Tartia es lista y es tonta. Es capaz de resolver una gran cuenta y
de nombrar todos los lugares que conoce pero, ayuda demasiado a la
gente y no se ayuda a sí misma. Hace esto porque se tiene tan poco
aprecio que todo el que guarda se lo dedica a los demás, así que
es tan positiva con ellos como no lo es con ella misma.
También
arrastra mucho peso detrás suya, por lo que se mueve lentamente
entre las personas. Guarda todos sus fantasmas en su caparazón,
donde ella cree que nadie los puede encontrar, pero de vez en cuando
un fantasma se escapa saliendo de su jaula y, según la Tartia, la expone ante los demás, dejándola indefensa.
Ella prefiere liberar a los fantasmas por la noche, así no se agobia
demasiado reteniéndolos.
La
Tartia piensa que lo único bueno de ella es su concha, ya que la
protege, y es un buen escondite cuando siente vergüenza. Si se
descuida y saca la cabeza más de la cuenta de su coraza, puede que
alguien se percate de cómo es realmente y cómo se siente; para ella es peligroso.
Es
un poco ciega porque no descubre el puño hasta que está delante
suya. Esto ha contribuido a endurecer su blindaje. A la Tartia le
gusta estar tranquila y no participar en guerras, aunque sabe que la metralla
hace más daño que las balas, a veces
intenta razonar con los participantes. De vez en cuando, esta metralla la golpea pero, al poseer su caparazón, sólo ocasiona daños menores que la Tartia
no se para a curar y que se van sumando poco a poco, hasta que la
concha se hace pedazos.
Clara Jiménez Valverde, 3ºB